Un equipo interdisciplinario aplicó herramientas de la biología evolutiva para analizar el cúmulo estelar más masivo de nuestra galaxia, descubriendo una población inédita de estrellas y reforzando la teoría de que Omega Centauri sería el núcleo de una antigua galaxia devorada por la Vía Láctea.
¿Qué pasaría si para reconstruir la historia del universo miráramos hacia la biología evolutiva? Esa es la audaz apuesta de un grupo de investigadores chilenos, quienes utilizaron herramientas propias de la evolución de las especies para desentrañar el pasado de Omega Centauri, el cúmulo estelar más masivo y enigmático de nuestra galaxia.
El equipo, integrado por astrónomos y biólogos del grupo PhyloGal y respaldado por el Instituto Milenio de Biología Integrativa (iBio) y el recién terminado Núcleo Milenio para la Evolución Reconstruida del Medio InterEstelar (ERIS), aplicó técnicas de filogenética -comúnmente usadas en biología para reconstruir árboles evolutivos entre organismos- al estudio de estrellas. El resultado: la detección de una población estelar inédita y nueva evidencia de que Omega Centauri podría ser el núcleo remanente de una antigua galaxia devorada por la Vía Láctea.
“Lo que hicimos fue construir árboles filogenéticos, pero en lugar de especies usamos estrellas”, explica Francisco Cubillos, investigador asociado del iBio y uno de los impulsores del estudio. “Esto nos permitió entender no solo qué tipos de estrellas hay dentro del cúmulo, sino cómo se relacionan entre sí en términos de su origen y evolución química”.
Una historia que desafía paradigmas
Desde el descubrimiento hace casi 4 décadas que las estrellas en cúmulos globulares no comparten todas las mismas propiedades químicas, la naturaleza de estos objetos celestes se ha transformado en uno de los misterios más desafiantes de la astronomía moderna. Este nuevo análisis con miras interdisciplinares ha permitido revelar linajes estelares diferentes ayudando así a comprender cómo se podrían formar los cúmulos más masivos.
“Encontramos una población muy antigua, otra similar a las que se observan en cúmulos globulares tradicionales, y una tercera que parece haberse formado in situ, dentro del propio Omega Centauri, lo que cambia completamente la manera en que podríamos estudiar este objeto”, detalla Cubillos.
Además, los resultados coinciden con hallazgos de otro equipo internacional que usó técnicas más convencionales y una base de datos más amplia. “El hecho de que hayamos llegado a conclusiones similares con menos datos y otro enfoque es una gran validación de la herramienta que estamos proponiendo”, afirma el científico.
La investigación -publicada bajo el título “Studying stellar populations in Omega Centauri with phylogenetics”– es un ejemplo de cómo la ciencia interdisciplinaria puede abrir caminos insospechados. El equipo de PhyloGal llevaba años aprendiendo de estas metodologías biológicas para aplicarlas en contextos astronómicos más simples, hasta que decidieron aplicarlas al complejo caso de Omega Centauri.
“La clave fue darnos cuenta de que tanto la biología como la astronomía comparten un lenguaje matemático común”, comenta Cubillos. “Eso nos permitió adaptar algoritmos filogenéticos a nuestros datos estelares y extraer información que de otra forma habría sido invisible”.
Enfoque que ya inspira a nuevas generaciones
El impacto del estudio ya se hace sentir. Actualmente se están desarrollando, al menos, dos tesis de investigación que expanden esta línea de trabajo, una basada en simulaciones y otra con nuevos datos observacionales. Incluso, en una reciente conferencia internacional, una estudiante chilena presentó avances con este enfoque, obteniendo una recepción entusiasta.
“Lo más emocionante es ver que las nuevas generaciones adoptan esta mirada sin prejuicios”, asevera Cubillos. “Para ellos, usar herramientas de la biología en astronomía ya no es extraño. Es simplemente una forma atractiva de explorar el universo”.
En la misma línea, Paula Jofré, investigadora que tuvo un rol protagónico en este trabajo, aseguró que “esto se logra cuando todos asumimos nuestra ignorancia en la otra disciplina. Si bien nos hemos dado cuenta que la biología y la astronomía comparten un lenguaje matemático común, el gran desafío ha estado en descifrar ese lenguaje común. Eso necesita de confianza y paciencia, donde las disciplinas no compiten sino que colaboran. Esta iniciativa es el resultado de mucho esfuerzo invertido en enseñar y aprender en conjunto”.
Con este innovador cruce entre disciplinas, la ciencia chilena se posiciona en la vanguardia de la astronomía moderna, demostrando que mirar las estrellas desde una nueva perspectiva puede revelar secretos que hasta ahora habían permanecido ocultos. “Chile es famoso por sus cielos secos y oscuros que generan las condiciones perfectas para observaciones astronómicas, lo que ha motivado la instalación de más de la mitad de la infraestructura mundial de los telescopios de última generación en nuestro país. Este trabajo en Omega Centauri demuestra que no solo tenemos acceso a datos astronómicos de frontera, sino que el talento y liderazgo para avanzar en esta disciplina con creatividad y excelencia”, concluye Jofré.